» El río viviente.

Esta nota fue creada el domingo, 4 diciembre, 2011 a las 22:31 hrs
Sección: La corazonada

Los ríos son vitales para los seres humanos. La civilización surgió literalmente “entre ríos”, ya que Mesopotamia es su cuna y significa exactamente eso.

Todos los ríos tienen un origen, contienen muchos elementos que sostienen la vida natural, mismos que entregan sin límites durante su viaje y tienen un destino predeterminado, a través de su propio cauce.

Nuestro aparato circulatorio es el cauce del río viviente que todos tenemos dentro: nuestra sangre.

La composición de este maravilloso líquido semiviscoso es bastante compleja y para facilitar que la recuerden, la dividiremos en células y plasma. Las células son los glóbulos rojos (o eritrocitos), los glóbulos blancos (o leucocitos) y fragmentos de una célula, llamados trombocitos o plaquetas, que no son considerados propiamente células. Hay quienes opinan que tampoco los eritrocitos son propiamente células, pues carecen de núcleo.

Sin embargo, yo enseñé Histología durante 5 años en la Facultad de Medicina de la UNAM en Ciudad Universitaria y en esta ciencia, se consideran células altamente especializadas, que han perdido su núcleo para tener más espacio disponible para llenarse de hemoglobina, la proteína que transporta oxígeno y dióxido de carbono.

El primero viene del aire que respiramos, que contiene un 21% de oxígeno en su composición y el segundo es producto del metabolismo de los alimentos, ya que como productos finales de lo que llamamos respiración celular, tenemos productos de alta energía que son necesarios para la vida diaria y como deshechos se producen agua y dióxido de carbono que debemos eliminar a través de la respiración, para que las plantas lo utilicen en su propio metabolismo y produzcan oxígeno. Esto es la cadena eterna del ciclo de la vida que nos mantiene en este mundo.

El plasma, como segundo componente de la sangre, está compuesto de agua, coloides y cristaloides.

Me explico: los humanos somos entre 60 y 70% agua, no sólo en nuestro río viviente, sino que cada célula tiene agua en abundancia. Los coloides son proteínas y cadenas cortas de lo que compone a las proteínas, que son llamados aminoácidos y que cuando se juntan en pocas decenas, los llamamos polipéptidos (poli es muchos) y ejemplos hay muchos como el fibrinógeno, que sale del hígado y sirve para la coagulación, la albúmina (igualita a la de la clara del huevo!) que tenemos muy abundante en la sangre y que evita que nos hinchemos por retener agua que debemos desechar, las globulinas que cumplen funciones de transportadoras de otros cristaloides y sustancias como el colesterol y los triglicéridos que son propiamente grasas, además de las inmunoglobulinas que son las famosas defensas del organismo y que los pacientes con SIDA dejan de producir, así como coloides que son hormonas, otras que son enzimas e infinidad de productos vitales más.

Finalmente, los cristaloides son el último componente del plasma e incluyen a la glucosa, los electrolitos como el sodio y potasio, además de hierro, calcio, magnesio, bilirrubina y la terrible creatinina que es una sustancia de desecho que resulta del metabolismo de las proteínas y que si se nos acumula en la sangre nos puede provocar la muerte, como desgraciadamente les ocurre a los pacientes con insuficiencia renal, por eso decimos que se les “envenena la sangre”.

Debido a esta enorme variedad en la composición de la sangre, se entiende que el origen de nuestro propio río sea tan variado. La médula ósea (conocido popularmente como tuétano) produce las células de la sangre en los adultos.

En los niños hay otros orígenes como el bazo, el timo y temporalmente hasta el hígado. Los humanos tenemos abundante médula ósea en todos nuestros huesos, sobre todo en los huesos planos como los de la cadera, el cráneo y el tórax y en los extremos de los huesos largos como los de piernas y brazos.

Los leucocitos son básicamente de 5 tipos diferentes, 3 de los cuáles tienen pequeños gránulos que nos defienden de infecciones y de alergias, por ello se les llama leucocitos granulosos y de acuerdo al color que toman con colorantes especiales en el laboratorio son llamados basófilos (que se pintan de color básico que es azul), eosinófilos (que se pintan con eosina que es un colorante ácido y es de color rojo) y el tercer tipo que acepta ambos colorantes pero casi no se pinta, por lo que se llama neutrófilo, que es el leucocito más abundante y actúa sobre todo contra alguna bacteria que lo haya invadido a usted amable lector.

Los restantes dos tipos de leucocitos son llamados agranulocitos pues carecen de ellos y son de dos tipos, los monocitos y los linfocitos que se encargan fundamentalmente de la inmunidad.

Junto con los anticuerpos (que ya mencionábamos como inmunoglobulinas) se encargan de la inmunidad del cuerpo. Los monocitos son células que al pasar a los tejidos desde el río viviente, se convierten en otros tipos de células: pueden empezar a comerse elementos extraños como bacterias y virus, es decir realizan fagocitosis, que literalmente significa que son comelonas a más no poder y por ello son eficientes para defendernos, pero también son responsables de comerse el exceso de colesterol que penetra las arterias, por lo que se convierten en células llamadas espumosas que son la lesión inicial de la ateroesclerosis, ese terrible enemigo que tapa las arterias y lo puede llevar a usted a un infarto.

Los monocitos, con el concurso de los linfocitos producen las células plasmáticas que son las responsables de producir las inmunoglobulinas, las defensas que he mencionado varias veces en esta columna.

Cuando una persona se enferma de mieloma múltiple es por exceso de células plasmáticas como ocurrió recientemente con el Secretario de Educación Alonso Lujambio, a quien le deseamos total recuperación.

Cuando hay exceso de algún leucocito, se produce la temible leucemia, por eso se dice que es cáncer en los huesos o en la sangre propiamente.

Los eritrocitos son una maravilla del río viviente y son la célula más abundante, por eso nuestra sangre es roja (la mía aunque plebeya, también tiñe de rojo diría la canción), ya que la hemoglobina contiene 4 moléculas de hierro en su grupo hem. Cuando se satura de oxígeno es color rojo claro y se le llama oxihemoglobina, en tanto que es azul-violácea cuando se le llama carboxihemoglobina por estar saturada de dióxido de carbono. En su superficie, lo que llamamos la membrana celular, los eritrocitos tienen diversas proteínas que son la base de los grupos sanguíneos. ¡No todos los ríos vivientes son iguales!.

El último componente de la sangre son las plaquetas, que son muy abundantes también y se originan por la fragmentación de una célula gigante de la médula, llamada megacariocito (en realidad son varias células unidas, por lo que tiene un núcleo muy grande, pues eso significa su nombre: mega es grande y cario significa núcleo, en tanto que cito es célula).

Las plaquetas o trombocitos son impresionantes, pues en los últimos 15 años hemos aprendido mucho de ellas. Son las responsables de la coagulación y se activan dentro de los primeros 15 segundos de haber detectado cualquier lesión que provoque una hemorragia y para eso activan una cascada de proteínas en su membrana que las hace muy eficientes.

En la actualidad la base del tratamiento del infarto y la angina de pecho se basa en inhibir la función de las plaquetas y la razón de que el ácido acetil salicílico sea tan eficiente es por que es un inhibidor de las plaquetas.

Este es otro ejemplo del impresionante río viviente que tenemos dentro y al que debemos apreciar con todo el corazón.

Mail: ricardo.jauregui03@gmail.com





           



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