» La partidocracia ha sido cómplice de la corrupción brasileña

Esta nota fue creada el sábado, 18 abril, 2015 a las 20:23 hrs
Sección: El mundo

Brasilia.- Cansada de tener que soportar ilícitos de las dimensiones del que se descubrió en Petrobras en 2014, con el ingreso a la cárcel de numerosos funcionarios y empresarios sujetos a investigación para esclarecer los hechos, la ciudadanía de Brasil exige, nada menos, que la creación de “escuelas para presidentes”.

El país no sale de ese caso de corrupción cuando ya se asombra ante otro, debido a una investigación abierta a fines de marzo último sobre un fraude al Consejo de Administración de Recursos Fiscales por casi de seis mil millones de dólares mediante sobornos a funcionarios del fisco.

“Se requiere de instituciones educativas que preparen a los políticos en el arte de gobernar con ética y decencia desde que ingresan a cargos públicos remunerados por el Estado, porque ya estamos hartos de ser víctimas de personajes ladrones, a cambio de nada”, reclama José Altamiro Carrilho, profesor de Ciencia Política de la Universidad de Belo Horizonte.

Originario de Minas Gerais, un estado que ha dado lustre a la política de Brasil desde tiempos inmemoriales, con personajes representativos de diferentes épocas, entre ellos José Joaquim da Silva Xavier, el pionero de la Independencia, Juscelino Kubitschek y Tancredo Neves, Carrilho dice que el negacionismo -negar la realidad, decir “no” a todo-, es lo peor que puede hacerse en estos momentos.

“Eso no conviene ni a la actual mandataria, Dilma Rousseff, a su Partido de los Trabajadores (PT), ni tampoco a esos políticos de caricatura que dicen ser de oposición, cuando sólo han sido comparsas de lo que hoy nos pasa”, añade el investigador y académico.

Sin apasionamientos ni condicionado emotivamente para analizar la coyuntura nacional, José Altamiro acusa que ya ha pasado la hora de solamente mirarse al espejo, porque “la partidocracia ha sido cómplice de la corrupción”.

En otras palabras, comparte las reflexiones de sus colegas al decir que, una vez más, el discurso de los políticos –incluidos la presidenta y los legisladores, quienes tienen la responsabilidad de la conducción de un gobierno- no se apega a realidad.

“Giran en falso y empeoran todo, recurriendo a la mercadotecnia, que tiene límites en la falsificación de esa realidad”, añade a su vez Leonardo Outeiro, escenógrafo y dramaturgo, para quien hacer buena publicidad es capturar y ver los anhelos de los brasileños.

“Y esto va para los opositores -que, al mismo tiempo, dice el artista plástico y escritor, son amigos y enemigos del gobierno en el Congreso, dado que forman parte de una coalición surrealista-, y también para el PT, cuyo gran problema no es quién salió a las calles el domingo 15 de marzo de 2015 a golpear cacerolas, sino quién no hizo ni una cosa ni la otra”.

Carrilho y Outeiro señalan lo que el PT ha perdido políticamente lo que fue porque no conoce los elementos teóricos de la ciencia política y, lo que posiblemente fue, ya no podrá volver a ser:

“Ha traicionado –añade- algunas de sus banderas de identidad, aquellas que hacen que, en su lugar, lo ha llevado a ponerse máscaras que no se sostienen por mucho tiempo”.

Ambos intelectuales argumentan que esas banderas las ha traicionado el PT no sólo por haberse sumado a la corrupción, que, obviamente, no fue inventada por Luiz Inácio Lula da Silva, José Dirceu y otros políticos brasileños, hecho que no disminuye en nada su responsabilidad.

Sin caer en generalizaciones, subrayan que buena parte de la sociedad brasileña heredó los malos usos y costumbres de la corona portuguesa –como ocurrió con la herencia colonial española en otras naciones latinoamericanas-, entre otros la corrupción, defecto secular que, triunfantes los movimientos independentistas, luego llegó a los Congresos nacionales.

La sociedad, demandante de esas “escuelas para presidentes” que se formen en la decencia –destacan los profesores de Minas Gerais, donde nació Dilma Rousseff en 1947-, lamenta no tener partidos “éticos” y fuertes para la construcción real de las instituciones políticas brasileñas, que alguna vez tuvieron un rostro que, con el tiempo, se desfiguró.

“Sin embargo, tengamos confianza, porque todavía existen personas que merecen el máximo respeto dentro de los partidos políticos, además de que hay núcleos de resistencia en determinadas áreas, secretarías y ministerios, que deben ser reconocidos como tales”, finalizan Altamiro Carrilho y Leonardo Outeiro.





           



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