Santiago.- Corría la década de los 60 y las relaciones bilaterales entre Chile y México se encontraban, al igual que en casi toda la historia republicana de ambos países, en un excelente momento.
La solidaridad mexicana ya se había manifestado en más de una oportunidad en tierras chilenas. Por ejemplo, en 1942 se había inaugurado la Escuela México de la sureña ciudad de Chillán, donada por el gobierno de ese país tras el terremoto de 1939.
Pero el legado mexicano no sólo se limitó en aquella oportunidad a levantar el edificio, sino que también incluyó el mural “Muerte al invasor”, de David Alfaro Siqueiros, y “De México a Chile”, de Xavier Guerrero, ambos declarados monumentos históricos en 2004.
Este férreo vínculo entre ambos pueblos se mantuvo con el paso de los años y tuvo en la década de los 60 una nueva expresión gracias al impulso del entonces embajador mexicano en Santiago, Gustavo Ortiz Hernán.
El diplomático fue el responsable de que Jorge González Camarena hiciera el mural “Presencia de América Latina” en la ciudad de Concepción y que el Cerro San Cristóbal, uno de los símbolos de la capital chilena, albergara otras tres obras de envergadura, una de ellas del arquitecto Juan O’Gorman.
Se trata del “Mural Tupahue”, diseñado por O’Gorman como una muestra del lazo entre los dos pueblos y realizado por la muralista chilena María Martner, a quien pertenece además la Plaza México, ubicada casi en la cumbre de uno de los principales pulmones verdes de la ciudad que es posible ver casi desde todo Santiago.
La obra de O’Gorman y Martner, diseñada en 1964 e inaugurada dos años después, se encuentra prácticamente escondida de la mirada de los paseantes habituales del parque porque está al interior del recinto de la piscina Tupahue (en quechua, “lugar de Dios”).
Quienes concurren a ese lugar a refrescarse en los calurosos veranos santiaguinos tienen el privilegio de observar en toda su dimensión la obra de 28 metros de largo por siete de alto, la cual fue realizada con piedras de colores provenientes de varios lugares de Chile.
Al momento de su inauguración, según reporta la prensa de la época, los críticos de arte la consideraron una de las principales obras murales de Chile por su tamaño y significado para las relaciones entre ambas naciones.
Resaltaron los colores vivos que tenía la obra al momento de su inauguración, hoy presentes en forma tenue sólo en algunas piedras, y el hecho que Martner haya dedicado un año de trabajo al mural, el cual está protegido en la actualidad por una barrera metálica de baja altura.
Pese a que hoy está deteriorado, en el centro del mural es posible observar un abrazo entre el último tlatoani mexica de México-Tenochtitlan, Cuauhtémoc, y Caupolicán, toqui mapuche que lideró la resistencia contra los conquistadores españoles en Chile.
O’Gorman dividió el mural en dos secciones en su alegoría de la hermandad entre Chile y México: a la izquierda ubicó la iconografía chilena y en la derecha la mexicana, figuras que pese al paso de los años y el deterioro de la obra aún es posible identificar.
De esta forma, es posible apreciar las banderas de los dos países, además de Quetzalcóatl, un águila mexicana, un cóndor chileno, un tigre (símbolo del México pre-hispánico) y un guanaco, además de campesinos, indígenas y obreros chilenos y mexicanos, entre otros elementos.
También hay figuras prehispánicas y los símbolos del fuego, la paz, el sol, la energía, la noche, el día, la luz, la sangre, la fecundación, la célula y un cometa, entre otros.
A la espera de obtener fondos para su restauración y puesta al día, el “Mural Tupahue” sigue siendo un testimonio vivo de la hermandad entre los pueblos de Chile y México, lazos que se acrecientan con el paso de los años pese a los ocho mil kilómetros de distancia que existen entre ambos países.